Y en el análisis se verá que la perfección real es el apego al Santo, Bendito sea, como solía decirlo el Rey David: (Salmos 73-28) » Y yo en las cercanías del Señor hallo mí bien” y continúa “Y sólo una cosa clamé del Señor, aquello pediré, moraré en la casa del Señor todos los días de mi vida», pues sólo aquello es el bien, y todo lo demás por el hombre considerado como benéfico es sólo en vano, y así inútilmente erraremos.
Pero para que se hiciera merecedor el hombre de este beneplácito deberá laborar y concentrar sus esfuerzos para conseguirlos, o sea, que trate de apegarse al Señor con la fuerza de sus preceptos que resultan en consecuencia lo antedicho.