Pero la persona que se purifica de estas influencias en forma total y está limpio de todo rastro de maldad que dejan los deseos tras de sí, su visión será clara absolutamente y su análisis diáfano y no lo inclinará el deseo hacia ninguna cosa, sino todo lo que signifique pecado, aun la más pequeña de las trasgresiones lo reconocerá como mal y se alejará de él. Y de esta forma se expresaron nuestros sabios sobre los íntegros que purifican sus hechos una purificación absoluta para que no exista en ellos ni una sombra de mal: “Los limpios en su mente de Jerusalén” (Sanhedrin 23).