En resumen, es la autoridad una carga inmensa que pesa sobre los hombros de quienes la cargan.
Pues, mientras el hombre exista autónomamente, y habita entre las multitudes, es juzgado solo sobre su propia persona, pero al erigirse como autoridad, ya es juzgado aun por los que se encuentran bajo su mando, pues él debe observar a todos y guiarlos con conocimiento y razón, para corregir sus acciones. De lo contrario, sus culpas recaerán sobre él, como está escrito: “sus culpas caerán sobre vuestras cabezas” (Deuter. Raba 1). Y dijeron Nuestros Sabios: el honor es solo vanidad de vanidades, que conduce al hombre a desobedecer a su Creador, descontrolarse y olvidar sus obligaciones. Y quien lo reconozca, seguramente lo rechazará y lo odiará. Y los elogios que recibirá de sus semejantes serán para él una molestia, pese al ver que la gente exagera en sus alabanzas sobre lo que en realidad no posee, se avergonzará y acongojará, pues no solo que le faltan esas virtudes, sino que lo alaban incrementando aún más su vergüenza.