Capítulo 22, » La humildad» (quinta parte) /227
Esto se asemeja a un pobre o huérfano que recibe una dádiva por misericordia, y le es imposible no avergonzarse, pues cuanto más grande sea el favor recibido, más aumentará su vergüenza. De la misma manera, el hombre cuyos ojos están abiertos para observarse a sí mismo al alcanzar alguna virtud que obtuvo del Señor. Como lo expresara el rey David: “Que corresponderé al Señor, si todos sus beneficios son para mí” (Salmos 116). Y ya vimos grandes devotos que fueron castigados al vanagloriarse, aun dada su devoción. Así sobre Nejemia ben Hajalia dijeron Nuestros Sabios: “¿Por qué causa no fue denominado su libro en su nombre?, por haberse atribuido méritos para sí” (Tr. Sanhed. 93). Y así Jizquiau dijo, “La paz es amarga para mi Señor” (Isaías 38), pues el Santo, Bendito Sea, le había contestado: “Y ampararé a esta ciudad para salvarla, por mi causa y por la de David mi esclavo” (Id. 37), como lo expresaron Nuestros Sabios: “Todo lo que uno se atribuye en mérito propio, le será atribuido en mérito de otros” (Tr. Berajot 10). De aquí observas que el hombre no debe atribuirse méritos, a sí mismo por su buen accionar, y más aún no deberá enorgullecerse o vanagloriarse de ellos.
Pero todo esto se refiere a quien exigiera a su corazón ser como Abraham, Moisés, David y los demás devotos mencionados. Pero nosotros huérfanos de huérfanos, no necesitamos de todo ello pues ya poseemos numerosas faltas y no es necesario un análisis profundo para observar nuestra humillación, y toda nuestra inteligencia nula se considera. Pues es el más grande sabio de entre nosotros se considera como un alumno de alumno de las primeras generaciones. Y esto es lo que realmente debemos comprender y reconocer, para que no se enorgullezca inútilmente nuestro corazón, sino reconozcamos que nuestro conocimiento es leve y nuestro raciocinio muy débil. Nuestra necesidad es grande y el error aumenta, y lo que sabemos es realmente muy poco. Por lo tanto, con seguridad que no tenemos de que enorgullecernos, sino nuestra vergüenza y nuestra inferioridad, y esto es simple.