El segundo tipo, la veneración a la Majestad Divina, refiere a que el hombre se alejará de los pecados y no los cometerá por el gran honor del Señor, pues como se permitirá o se atreverá el corazón del ser humano despreciable y bajo, a realizar algo contra la voluntad del Creador, Bendito y Enaltecido su Nombre.
Esta clase de temor no es tan fácil de conseguir, pues no nace sino del conocimiento y el raciocinio, del análisis acerca de la Majestuosidad del Señor y de la bajeza del hombre.
Todas estas cosas que acabamos de mencionar, son producto de una mente comprensiva y analítica. Y es el temor que clasificamos en el segundo orden de una de las categorías de la devoción que ya mencionamos, en la que el hombre se avergüenza y teme ante el Creador cuando realiza sus plegarias, o cualquier otro acto de Su servicio. Este es el temor superior con el que fueron elogiados los antiguos piadosos. Esto es lo que Moisés pregona y dice: “Para temer al Señor Honorable y Temible, al Eterno tu Dios” (Deuter. 28).
Este es el temor al cual nos encontramos abocados ahora, o sea, el temor al pecado, que es un aspecto de la veneración a la Majestuosidad Divina que ya mencionamos, y representa una clase por sí mismo.
Esto significa que el hombre debe temer y preocuparse por sus actos constantemente, por si se ha mezclado en ellos una pizca de pecado, o si existe en ellos cualquier otra cosa grande o pequeña que no esté de acuerdo con el honor del Señor y su Majestuosidad. Y aquí observas la íntima relación entre este temor y el temor a la Majestuosidad Divina que mencionamos, pues comparten un objetivo en común, no realizar ningún acto contra la Majestad de su Nombre Bendito.