Todo esto significa que se considerará el hombre a sí mismo como accidental en este mundo y constante en su servicio, aceptará y se contentará con lo que el mundo le brinde y tomará lo que se le presente, permaneciendo alejado de la inactividad y cerca del trabajo y la labor, y su corazón confiará en el Señor y no temerá a lo que depare el tiempo.
Y si objetara que nuestros sabios obligaron a la persona a cuidarse a sí mismo extremadamente y no colocarse a sí mismo en peligros aun siendo recto y poseedor de buenas obras y dijeron: “Todo está en manos del cielo, excepto el resfriamiento” (Ketuvot 30), y está escrito: “Guardad mucho de vuestra alma” y aun dijeron, para el cumplimiento de los preceptos (Deuter. 4). Pero sabrás, que hay temores y temores. Hay un temor digno y un temor tonto. Hay confianza y libertinaje. Porque el Señor, Bendito Sea, creo la persona con razonamiento correcto y raciocinio evidente para conducirse por la buena senda y cuidarse de las cosas que lo perjudican y que fueron creadas para los impíos y su castigo, y quien no quiera encaminarse por los senderos de la sabiduría y quedar librado a los peligros, no es seguridad sino libertinaje, y aun se lo considera pecador en tanto se opone a la voluntad del Señor, Bendito Sea, que le exige cuidar su alma. Y encontramos que aparte del peligro impreso al que está expuesto por falta de cuidado, inculpa su propia alma al pecar, lo que ya lo hace merecedor de castigo.