Siendo que Dios decidió capacitar al hombre con el libre albedrio en sus actos, y así juzgarlo y recompensarlo en función de su conducta, El, Bendito Sea, somete Su providencia, si es que así es válido expresarlo, al accionar del hombre y no lo perjudicara ni lo beneficiara sino de acuerdo a su accionar.
En verdad, Dios no se halla sujeto a ninguna ley y no necesita a nadie más que a Si mismo, así como nada ejerce presión alguna sobre El. Por lo tanto, si Su deseo es utilizar Su grandeza, podrá actuar según Su voluntad sin ningún tipo de apremio o presión.
Y aunque el sistema judicial que El mismo instituyera se rige por sometimiento al accionar humano que acabamos de citar, si Su suprema inteligencia decretara una excepción a esta regla, Dios hará uso de Su grandeza y Supremacía para rectificar lo que sea necesario con su infinito poder.
Existen, por lo tanto, dos tipos de providencia. La providencia de la justicia divina y la providencia basada en Su absoluta y exclusiva autoridad; y con estos dos sistemas supervisa Dios a sus criaturas. Pues El coordina el juicio a las criaturas con Su providencia de justicia y sostiene todo lo creado con Su poder absoluto y Su omnipotencia a fin de que no se destruya debido a la maldad humana.